sábado, 2 de enero de 2016


Cada familia tiene una forma energética definida, una manera de convivir, trasmitir la información, ver la vida, vivir las experiencias. Todo esto tiene un por qué anterior a todas las personas del clan que conocemos y se inicia en sus vivencias, miedos, dolores, triunfos y fracasos,  y es lo que ha ido conformando esta estructura. Y todo esto vive en mí y me condiciona en mi forma de interactuar con el mundo y en el encuentro de ciertos tipos de experiencias dolorosas o sentidas como “no propias”. Todas aquellas cosas que siento que “siempre me pasa a mí”, las que a pesar de mis esfuerzos tienen otro resultado, aquellas que no comprendo por qué me pasan, las que me pesan y no me hacen feliz, las que me enferman…
Empecemos por lo obvio: qué puedo decir respecto a mi familia (que sea consensuado, es decir que la mayoría opine de igual manera que yo)
Mi familia es…
En mi familia siempre…
Mi familia quiere para mí…
Esta es la punta del iceberg. Es lo “que se ve”. A partir de acá hay dos partes diferentes: el por qué oculto (que es el que condiciona mis experiencias y mi sentir), y cómo vivo yo esta experiencia familiar personalmente, que tendrá que ver con mis dobles, maestros, proyecto sentido, número de hermandad... En este punto comienza mi trabajo de evolución: cuando empiezo a comprender que lo que me pasa no baja de algún destino injusto, sino que es mi forma personal de vivir la impronta energética que no he elegido, pero que, al no conocerla, la vivo como destino, que fui como el pez que se pregunta cómo será el mar y vive en él, y que ahora estoy dispuesto a conocerme cómo soy en realidad y a lanzarme al océano de las infinitas posibilidades. 
María
Acompañante en Bioneuroemoción


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